Por Juan Manuel García
He visto y repasado todas las fílmicas que arrojan a los medios de comunicación las miserias dejadas en estos días por el paso del cambio climático.
A ese señor, el “Cambio Climático”, debemos acostumbrarnos a escribirlo con letra mayúscula de nombre propio, con rabia e impotencia. Es algo terrible. No tiene nombre y la ciencia lo llama sólo con el apelativo de “disturbio”, seguido de un número. Nos afecta sin que tengamos la culpa de generarlo, ya que no somos una potencia industrial de grandes chimeneas contaminantes.
En una de sus últimas presentaciones en televisión, el presidente Luis Abinader se ha desmarcado de lo usual entre nuestros gobernantes, con dos expresiones lapidarias significativas y demostrativas de que este hombre es diferente a muchos. Es un hombre con la movilidad y la sencillez de un hombre de hoy.
Cuando le estrujan en su cara la responsabilidad de que las fallas por las que se derrumbó el muro de La 27 con Gómez, fallas de origen evidenciadas desde hacía 20 años, Abinader no se inmutó y reconoció: de esos 20 años a mí sólo me tocan tres.
Y al comentar que los desastres que dejan las fuerzas de la naturaleza dislocadas, a las que les han puesto el nombre Cambio Climático, Abinader bajó su cabeza y susurró en voz entendible: el Cambio Climático nos está saliendo caro a los dominicanos. “Tenemos que prepararnos, porque va a ocurrir de nuevo. El impacto climático es un riesgo real”. Y lo definió como “una realidad: fenómenos imprevistos, intensos y fuera de temporada…, inundaciones, sequías, polvo de Sahara, altas y bajas temperaturas”. El mal es general y se hace sentir en Madrid, en Nueva York, Acapulco (México), Brasil, en Asia, en Dubai.
Abinader dice cómo el gobierno se ha puesto en manos de los organismos financieros y crediticios, ya que hay ingentes cálculos para dotar al país, de manera urgente las grandes ciudades, de los sistemas sanitarios necesarios. Y costosos.
Lo especial es que ahora, explican sustanciosamente las cosas. Y se les pone el signo de dólar convertido en peso, adjunto.
Cuando el torrente de agua y lodo se llevan los puentes y en los campos las gentes se arman de hachas, martillos, serruchos y clavos, carretillas y cubetas, cortan troncos y ramas, para tender puentes provisionales y no sentarse a quejarse, esperando que llegue el Gobierno. Así pueden pasar los delivery, las bicicletas, caminado y hasta los burros cabalgados. Eso da gusto en los pueblos y campos más apartados. Ahí merodean también, los guardias y los policías de botas enlodadas y uniformes chamuscados, entripados, y lejos de las familias, muchas veces, también en riesgos similares a los generalizados.
Que el Presidente político práctico y confeso, llega, pero no pueda estar en todos lados al mismo tiempo, pero están sus gentes. Para llevar fundas de comidas cocinadas y crudas, medicinas, mosquiteros, cloro, y otras cosas, obliga a que se asome a la mente la imagen de los que se dicen lideres municipales y aspirantes a poltronas de legisladores. ¿Dónde están? Sólo están atentos a que la Junta Central Electoral (JCE) certifique las tardías entregas de las maniobras de los acuerdos partidarios para treparse. O se asocian a los medios micrófonos en manos. O montan redes repletas de odio y maledicencias. ¿Por qué? ¿Ese es el signo de los tiempos?
El signo de los tiempos es que un hombre está cargando con todo. Y arrecho, y con ventajas, buscando quedarse gobernando cuatro años más.
Quien quiera que sea o aspire a ser Gobierno está advertido, hoy de manera inusitada. Asido sólo de la memoria de San Zenón, hace 92 años. O más cerca George, Inés, David y Federico, y sus miles de muertes y millones y millones de pérdidas.
Y recordar, dice Abinader, que ya no son sólo ciclones, sino que ahora llegan alocadamente empujados por el Cambio Climático, con sólo el anonimato del apelativo “disturbios”.