Por Alejandro Almánzar
Como especie humana estamos terminando muy mal, construyendo un mundo irreverente e hipócrita, donde quienes hablan de amor al prójimo, de paz y solidaridad, son los que promueven odio para alimentarse del dolor ajeno, esos que tienen las guerras y conflictos como activos de su macabro proceder para mantener la hegemonía terrenal.
Una trama en la que convergen aquellos que hablan de Dios, la Iglesia, la política y la ciencia están asociados para controlar a la tierra y sus especies. Marchan en la misma dirección, dividiendo a los pueblos para dominar a su antojo y usarnos como materia prima de sus planes.
Por eso es que poco el tiempo que tarda en estallar guerras por doquier, con lo que aumentan sus fortunas a cambio de sangre y muerte, con ese fin crearon un Dios temible a imagen y semejanza de sus ambiciones.
Para mejor ilustración, veamos este informe, “la venta de armas de fuego anuales en Los Estados Unidos alcanzó un récord histórico de US$22,8 millones de dólares con relación al 2020”, o sea, un 64% más con respecto al mismo período.
Una muestra, de que mientras estas naciones desarrolladas cifren la estabilidad de sus economías en el negocio de armas, ninguna nación tendrá paz, porque siempre buscaran una excusa para atizar conflictos armados, pues la inestabilidad y tragedia de unos se convierte en poder y ganancias para ellos.
Pero tonto sería pensar que el cambio de mando imperial revertirá este estado de cosas, debemos saber, que los imperios sólo atienden a sus propósitos imperiales, por lo que creer que con la toma de China de este poderío la situación cambia favorablemente es un acto de ingenuidad.
La historia revela que todos esos sistemas han tenido fecha de caducidad y esta vez no es diferente, pero los nuevos monarcas aplican la misma receta, como aquello de “el Diablos los cría y ellos mismos se juntan”.
La lista es inmensa, mencionarlos ocuparíamos todo el espacio, es como la ley de la gravedad, donde todo lo que sube baja, pero los mismos vientos soplarán.
La tierra le queda chiquita a la humanidad, pues, aunque las luchas por la dominación siempre han existido, nunca como ahora se había sentido tanto desprecio por la vida. Pero lo beneficios no sólo provienen de matar, se agregan otros elementos cuando hacen guerras, sube el petróleo y sus derivados, y la mayoría de estas naciones guerreristas cuando no producen petróleo lo comercializan.
Lo estamos padeciendo desde que inició la guerra Rusia-Ucrania, y cómo ya se ha disparado su precio con el conflicto Israel-Palestina, en New York, los precios se han duplicado y los supermercados son una especie de muros de lamentaciones.
Si en 1945, la humanidad se estremeció con el lanzamiento de la primera bomba nuclear sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en esta oportunidad estamos a merced de que cualquier loco siembre el terror en la tierra con armas químicas, medio al que apuestan incluso, naciones pequeñas para proteger sus soberanías.
Cuando matar y crear sufrimiento al prójimo se convierta en la vía de acumular riquezas por parte de los poderosos, es imposible hablar de paz en el mundo, y si nuestra existencia está a merced del Dios poder y dinero de quienes como vampiros necesitan de la sangre para alimentarse, todo eso sería una utopía.
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