Por Milton Olivo
He visto una constante al leer los libros sagrados; la Biblia de los cristianos, el Corán de los musulmanes, el Baghava Gita de los hindúes y el Tao Te King de los chinos: todos están enfocados a impulsar e incentivar la evolución de los individuos como seres humanos, que se logra, en la medida en que practicamos las manifestaciones del amor.
Como Dios es amor, nos acercamos a él, más que adorándolos, manifestando de pensamientos y actos su naturaleza, que es amor. Y las manifestaciones del amor, son la amistad, la justicia, la compasión, la solidaridad, la empatía. Ahí entendí aquellos, que Dios no es verbo, sino sustantivo.
Una constante es la bipolaridad de las cosas en equilibrio; cuerpo y espíritu, karma y dharma, cielo e infierno; el espíritu que habita nuestros cuerpos, es a Dios, como una gota de agua es al Océano. Nuestras vidas, no comienzan con nuestro nacimiento, ni terminan con la muerte.
La vida trasciende la muerte. Que nuestros actos tienen consecuencia. Que tenemos un origen divino. Que hay leyes eternas y que nuestros actos deben ser guiados por aquel principio, de hacer por los demás, lo que en igual circunstancias nos gustaría hicieran por nosotros.
Insisten de una o otra manera en afirmar que el sentido de la existencia es ser bueno. Es desarrollar la fuerza de voluntad y la fortaleza para enfrentar los obstáculos siendo bueno, sin trampas y sin dañar a los demás, que es ser hero-es. Que el verdadero reino, no es este mundo.
Que la existencia es una siembra y cosecha. Que si siembra maldad, te condena a cosechar dolor. Que la justicia y la verdad deben ser la rosa de los vientos o la brújula de tu existencia. Y que todo se trata de vivir una larga vida, en paz y armonía, acercándote al Dios creador.
De manera que somos seres espirituales eternos, viviendo cortas experiencias como humanos en estos cuerpos físicos. Que pagamos el castigo en cuerpo físico nuestros actos negativos o disfrutamos con dones de los positivos. Y, damos cuenta en el reino espiritual de nuestros actos
