Por Alejandro Almánzar
La policía, en cualquier parte del mundo, es un aparato represivo, por tener como misión enfrentar la delincuencia y criminalidad, pero la creada por Trujillo, sigue preocupando a quienes se aferran a lo civilizado.
Para solucionar un problema, debemos ir al origen, y es lo que no hicieron quienes relevaron al Jefe en el Estado, estudiar la causa que dio origen al surgimiento de lo que hoy conocemos como Policía Nacional.
Sería por los 80, cuando escuché al contralmirante, Luis Omero Lajara Burgos, hablar cómo nace y con cuáles fines creó el dictador esa institución, el 2 de marzo, de 1936, cuando hasta ese entonces teníamos la Policía Municipal.
Decía el exmilitar, fue a él, a quien Trujillo encargó para organizarla, por entender, que aquella con carácter municipal, no le era favorable a sus propósitos políticos.
Es claro, que no quería un instrumento de orden público al servicio de la ciudadanía y mucho menos, deseaba uniformados civilistas, necesitaba, agentes represivos para fortalecer su régimen y así la concibió.
Lamentable es, que a más de 60 años de muerto el tirano, todavía tengamos la misma policía, con los mismos métodos de torturas que en los tiempos de dictadura, enviaron fiscales a los recintos, para garantía de los procesos al detenido, pero esto de nada sirvió y en cambio, el trato vejatorio y cruel aumentó en perjuicio de los detenidos, no es sencillo enfrentar un mal con raíces tan profundas, donde hay oficiales, que ni el director se atreve a tocarlos.
Y no descartemos, que hasta el Congreso Nacional tema crear leyes que regulen la policía y un ejemplo es la cacareada reforma, que esos oficiales no permiten se apruebe, lo que significa que tenemos un sistema político incapaz de establecer un verdadero Estado de Derechos producto de la débil institucionalidad.
Esa policía política, fue usada por Balaguer, la misma que en los 70 eliminó, torturó y desapareció a enemigos del gobierno y esos crímenes quedaron sin castigos, como si la sociedad se hubiese arrodillado ante la violencia de la uniformada.
Desaparecían las personas al ser apresadas por policías, por eso, todavía sin reponernos del ametrallamiento de dos religiosos en Villa Altagracia, a manos de uniformados, viene la muerte de José Gregorio, en Ocoa, de Richard, en Santiago y David, en Santo Domingo, igual habían hecho con Tony Seval, en octubre de 1984.
Allí no hay una autoridad que no sepa, en esos cuarteles predominan los maltratos contra detenidos. Una muestra es que lanzan al malogrado De los Santos esposado en la celda y nadie se enteró de lo que pasaba con él hasta que ya estaba masacrado.
Vengo diciendo en mis redes sociales, que su muerte pudo ser provocada por compañeros de celda, pero la pregunta es. ¿Por qué lo dejan esposado? ¿Cómo lo masacran a golpe, hasta dejarlo moribundo, sin que un oficial intervenga?
La gente cree con toda razón, que en ese espantoso hecho hubo una complicidad como si se tratara de un crimen por encargo, y por eso mis reservas sobre la reforma que plantea el presidente Abinader para la policía.
Hablar de democracia donde sin existir la pena de muerte, la brutalidad policial pueda disponer de la vida del ciudadano, es el sueño mas errático que se le pueda vender a un pueblo con un mínimo de razonamiento lógico.
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