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Por Alejandro Almánzar
Desde iniciada la pandemia, es notable un deterioro en la salud mental de las personas, pues por más normal que sea la humanidad, muchos no estaban preparados para recibir y digerir tan traumáticos momentos de la Covid19.
Pero creo, que tampoco quienes lideran a los pueblos encontraron suficiente fuerza emocional y mental para cuidar de sus gobernados. No intento invadirles el espacio a los tratadistas de la conducta humana con este juicio.
Sé, su preocupación surgió primero que la mía, porque incluso, muchos de ellos colapsaron, rindiendo su labor en hospitales, cuando estalló la crisis, supe de esos, que se suicidaron, al no resistir el abrumo suyos y los pacientes.
Porque, sólo que hayamos caído en una locura extrema, explica la violencia desatada en un pueblo, con una idiosincrasia, de gente que practica la solidaridad, donde el extranjero es recibido y tratado como familia al rato de conocerlo.
Ni siquiera escapan, comunidades como Higüey, donde todos son una familia, y vieron, cómo en la Clínica Doctor Perozo, dejaron morir a Nahim Contreras Aristy, un joven valioso, porque no sería atendido, hasta tanto sus parientes depositaran una alta suma de dinero, que nadie, que no sea del crimen organizado, puede tener a su alcance en horas nocturnas.
Hipócrates, creó la medicina como medio de una mejor y larga vida, para ayudar a las personas a curar sus dolencias, pero a los niveles de comercio en que han convertido su oficio, lo que menos puede hacer el ciudadano es creer en quienes lo ejercen, exceptuando aquellos que siguen apegados al juramento hipocrático.
El error de muchos es, creer, que en los centros médicos privados hay mejores profesionales y atenciones que en los hospitales públicos, acompañado de un Estado, que no regula nada y deja al ciudadano a merced de perversos intereses.
Familias asesinadas, por una relación mal llevada entre parejas, la policía, reteniéndole los autos y motos a la gente de trabajo sin una orden judicial, centros asistenciales del gobierno haciendo negocios, rebotando pacientes hacia clínicas, para buscarse un extra, porque los funcionarios nunca están conformes con el salario devengado.
La joven trabajadora que, al verse agredida, mató de una puñalada a su empleador, en la avenida Duarte, de la Capital dominicana. Agentes de la policía, que acuden a una llamada de emergencia, porque un ciudadano estaba borracho en Ocoa y del destacamento donde fue llevado salió para el cementerio, los uniformados lo mataron a golpes, dicen sus familiares.
Todos esto, revela un claro indicio de que estamos llegando a la paranoia colectiva. Ya el joven higüeyano pasó a “mejor vida” y ahora le queda a la familia lidiar con el dolor de su partida, y ver, cómo los valores humanos y espirituales se han desmoronado en la sociedad sin darnos cuenta.
No sé, qué pensaría o diría Hipócrates, del accionar de quienes como en esa clínica prefieren dejar morir personas en su nombre, por no tener el dinero que exigen a mano. Quizás se preguntaría ¿Dónde quedó el respeto por la vida que les enseñé? Y, ¿El Estado de Derechos? ¿Para cuándo?
El gobierno debe detener ya, esa criminal practica de las clínicas, pues no sólo es abusivo y desconsiderado, si no, que hiere en lo profundo la sensibilidad humana, provocando la peor violencia y desquiciamiento a la débil salud mental del pueblo.