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Por Alejandro Almánzar
Un país, que por cada escuela tiene 10 bancas de apuestas e igual cantidad de prostíbulos, hablar de desarrollo, es abusar de la inteligencia ajena, sabiendo, que esto sólo garantiza corrupción, atrasos e injusticias.
Diferente sería, si por cada prostíbulo y centros de juegos, encontramos diez centros docentes, única vía para abandonar la pobreza intelectual y avanzar. Salvando la diferencia, un ejemplo, es Los Estados Unidos, de donde bastante copiamos, sobre todo, cosas absurdas.
Aquí, la educación no será la gran vaina, parafraseando al colega Ramón Martínez, pero ya eso sería otro tema, tomando en cuenta, los grupos étnicos que acuden a sus aulas, pero difícilmente alguien camine cinco cuadras, sin encontrarse con dos y tres recintos escolares.
Y uno de los presupuestos más alto que manejan los Estados, es el de Educación, al punto, que cuando cierran las escuelas, la economía se reciente grandemente. Pero una nación, que, con cada cambio de autoridades, la ínfula personal intente hacer una a imagen y semejanza suyo, es como dar vuelta en el mismo pantano sin poder salir.
Porque, quemamos gomas, bloqueamos calles y avenidas, reclamando conquistas económicas, sin embargo, permitimos que con cada gobierno la institucionalidad salga más debilitada en perjuicio de todos.
Cuando la continuidad del Estado, debe ser algo innegociable, si queremos tener garantías de nuestras más elementales prioridades y derechos. Con razón, decía Wilson Camacho, “es difícil combatir la corrupción, en un país, donde el Estado hace negocio con cualquiera” y yo agrego, "donde ese mismo Estado, fomenta la corrupción".
Y peor, si la justicia está a merced del poder político-económico, es una utopía, imaginarse que la corrupción pública-privada reciba sanción alguna. Si para tener confianza en esta, tenemos que depender de la voluntad de nombres incorruptibles, como en el presente, es convencernos, de que carecemos de la principal fuerza para enfrentar los males, porque si estos desaparecieran por cualquier circunstancia, caeríamos a lo mismo.
Por eso, en cárceles como la Victoria, se escenifican motines, porque el control de estos recintos está en manos de los prisioneros, mientras la autoridad recibe del botín que estos generan con la criminalidad.
¿De qué seguridad puede disfrutar la gente, con los delincuentes desde un penal imponiendo las reglas de juego? La PGR, se vio obligada a remover a los custodios de esta cárcel y enviar un escuadrón militar a destruir una madriguera en que la convirtió la propia autoridad, pero nadie ha caído preso aún.
Lo que funciona desde hace décadas, es ahora cuando la ciudadanía se entera de que los criminales, lo que hicieron fue cambiar de escenario, llevando su accionar delictivo a estos centros, controlando todo, incluyendo a la autoridad, que por supuesto, no les concede esos favores gratuitamente.
No por otra causa, las personas decentes buscan cualquier vía para salir de allí, donde usted no sabe si confiar mejor en el delincuente común, que, en delincuentes revestidos de una autoridad, porque lo encontrado en esa cárcel, deja al desnudo la complicidad oficial con la delincuencia, una señal inequívoca, de que seguimos los pasos de Haití, con el derrumbe de las instituciones que dan sustento al Estado.
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