Elsiembra hielo.com
Por Alejandro Almánzar
A comienzos de siglo, conversé con una ciudadana guatemalteca en Brooklyn, New York, sobre los viajes clandestinos. Escuchaba hablar del tráfico generalizado por esta línea divisoria, pero hasta oír su testimonio, no tenía idea del problema, porque teorizar es sencillo, difícil es vivirlo.
Los gobiernos conocen de primera mano el tema, pero nadie propone una solución definitiva. Sucede en todos los países limítrofes, usados para todo tipo de contrabandos, incluyendo armas, drogas y personas. La República Dominicana, no escapa a eso por dos sencillas razones, su posición geográfica y por tener a Haití de vecino, un territorio poblado por seres humanos, pero sin el más mínimo rigor de lo que es un Estado.
Su vulnerabilidad le permite ver cruzar de todo, a cualquier hora del día o la noche, porque su vigilancia depende de militares, que ven esa posición para buscarse el (Over) de Ramón Marrero Aristy; donde mujeres y niñas que pasan por ahí son sometidas a las mismas degradaciones que viven en la frontera de Los Estados Unidos y México.
Por eso, veía en la propuesta del expresidente Trump, de construir un muro, parte de la solución a eso, pues, aunque la necesidad es un infierno soportarla, quizás, hasta los países que ven a sus hijos hacer esta travesía sometidos a tantos escarnios, un día abogarán por el cierre de esos caminos que llevan a la iniquidad.
También conocí historias de jóvenes, que intentando cruzar hacia USA fueron obligados a transportar cosas ilegales y caían presos, sin atreverse a delatar a quienes los involucraron en el delito, para que no les maten a familiares que quedaban del otro lado.
Son escenas, ni para películas, porque conmueven hasta al que nunca ha conocido la sensibilidad. Siguiendo con el primer relato, después de caminar 43 días entre montes, ya ni sabía las violaciones sexuales sufridas al pasar cada control de los coyotes.
Con los pies hinchados, que ni podía caminar, se tiró al suelo, casi dispuesta a desfallecer, y sintió alivio, cuando escuchó personas que iban hacia donde estaba, era una mujer con tres niños, dos hembritas y un varón acompañadas de tres guías.
Creyó que, al ver su condición, sería socorrida, pero en cambio, fue violada nuevamente y presenció cómo las niñas también fueron vulneradas. No borraba de su mente las suplicas de aquella madre a estas bestias, para que les respetaran a sus pequeñas, que la mayor tendría 11 años de edad.
Cuando llegó a California, luego de más de dos meses caminando y sometida al martirio, duró alrededor de tres años que no conciliaba el sueño y con sus ojos abiertos se mantenía como si hubiese estado viviendo una pesadilla, hasta que terminó en un refugio donde fue tratada por psicólogos.
Hoy, cuando nos anuncian la llegada de un nuevo orden en el mundo, quisiéramos pensar, el mismo no sólo traiga mas pugilato entre potencias, si no, que este venga a darle mayor valor a lo espiritual, lo humano, y ponga fin a los riesgos que vive tanta gente buscando una mejor condición de vida.
La inmigración siempre ha sido traumática para la humanidad, nadie decide abandonar su territorio, si no es para un viaje de placer y disfrute, pero quienes lo hacen por necesidad, es doblemente doloroso, sobre todo, cuando tienes que caer en manos criminales para cruzar la frontera.
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