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Desde que la humanidad tiene conciencia de existir, registra acontecimientos, que la historia y el tiempo sepultan, bajo la complicidad de quienes apuestan a la omisión inducida. Incluyendo, aquellos que apostaron por la memoria histórica de los pueblos para su convivencia y paz social.
Dando paso a la historia reinventada, que cambia radicalmente la verdad, aprovechando el desconocimiento de una población, que hace de villanos héroes y viceversa, dejando en el anonimato a quienes se dieron por entero al país.
República Dominicana, acumula deudas impagables con muertos, que ofrendaron sus vidas luchando para que viviéramos en un verdadero y real Estado de Derechos, cuando dictadores primitivos e ilustrados pisoteaban nuestras libertades.
Mas penoso aún, si familiares de grandes ausentes, por miedo o acomodamiento al sistema, los han dejado como simples difuntos, que sólo merecen recibir un ramo de flores en cada fecha conmemorativa al día de su martirio.
Chile, debe ser única nación, donde un gobernante autorizó se estableciera responsabilidades sobre quienes, usando un poder sombrío, asesinaron vilmente a gente del pueblo, que reclamaban derechos inherentes a los humanos.
Pero en Quisqueya, los muertos en dictaduras, como los de campañas políticas, carecen de dolientes, pues pocas voces se levantan clamado por el esclarecimiento de crímenes espantosos cometidos por Trujillo y Balaguer, donde el país perdió lo más valioso de su juventud.
Asesinatos como el del profesor, Virgilio Martínez Reyna y su esposa embarazada, doña Altagracia Almánzar, duermen el sueño de la impunidad, como si la tierra, junto a sus cadáveres, se tragó su grandeza y honor, y ni decir, los de Desiderio Arias y sus colaboradores que no pactaron con el dictador.
No tengo espacio, donde citar tantos nombres, víctimas de la tiranía que, como las Mirabal, no han encontrado una Comisión de la Verdad, que lleve a los criminales involucrados a rendir cuenta, así sea para recibir una condena póstuma.
Balaguer, apostando a la condición de olvidadizo del rebaño que dominaba, continuó la obra siniestra de la dictadura, y posiblemente, superó en criminalidad al maestro, partiendo del mundo de los vivos, sin explicar tan primitivo accionar.
Aunque en 22 años gobernando, dejó un cementerio de jóvenes en cada pueblo, sólo porque eran estigmatizados de comunistas, quienes tampoco tuvieron la ventura de encontrar quienes en sus nombres reclamaran castigos contra sus verdugos.
Para que juntos a Balaguer, vayan, aunque sea al tribunal de la historia a rendir cuentas. Eso demuestra, no sólo hemos acumulado desigualdades sociales y económicas, si no, también sed de una justicia, que mida a todos con la misma vara, en que intereses particulares no puedan interferir.
Eso es lo que nos ha convertido en un antro de impunidad y corrupción, provocando gritos de impotencia, como los del magistrado Camacho, evidenciando, que el país institucionalmente es cual castillo de naipes, que poderosos pueden derrumbar a su voluntad, porque la corrupción se incrustó en todos sus estamentos.
Pero a pesar de tanta indiferencia contra quienes empuñaron la batuta del decoro, seguiremos apostando por el despertar de su pueblo. Que los Palmeros, como aquellos jóvenes Panfleteros de Santiago, que abonaron la tierra con su sangre, en post de un régimen de legalidad y libertades, descansen en paz, porque se hizo justicia en sus nombres.
Igual con Amin, Sagrario, Henri Segaras y otros, no queremos revivir odios ni rencores, pero es terrible, que el mundo nos observe como desmemoriados consuetudinarios, cómplices de tiranos.
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