Por MIGUEL ANGEL MARTÍNEZ ONCE MILLONES de indocumentados en Estados Unidos renovarán nueva vez las esperanzas postergadas de acceder ...
Por MIGUEL ANGEL MARTÍNEZ
ONCE MILLONES de indocumentados en Estados Unidos renovarán nueva vez las esperanzas postergadas de acceder a la ciudadanía mediante una histórica reforma inmigratoria.
Son inmigrantes que proceden mayormente de los países empobrecidos de Centroamérica, y del cercano México.
Las migraciones, un fenómeno humano que ha existido siempre, a asumido caracteres alarmantes en las últimas décadas producto entre otros factores, de las guerras, las malas condiciones climáticas y ahora, por las degradantes coyunturas económicas y políticas prevalecientes en muchos de los países de América Latina, Centroamérica y el Caribe.
Pero en naciones como Honduras, Guatemala, El Salvador, Ecuador y México han sido facilitadas además, por un viable corredor territorial que les permite a los ciudadanos migrantes de esos países, llegar hasta la frontera misma de los Estados Unidos, luego de superar los obstáculos fronterizos que dividen a cada uno de los territorios señalados.
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| Presidente Joe Biden |
El estímulo principal para esas desbordadas caminatas migratorias son, según coinciden muchos analistas, las malas condiciones económicas y políticas reinantes y, últimamente, agravadas por desastres climáticos que han lanzado de sus zonas a miles de campesinos e indígenas a aventuras humanas casi apocalípticas.
El desarraigo social tiene muchas connotaciones sociológicas, figurando en este caso, que decenas de los nuevos migrantes poseen familiares ya asentados en los Estados Unidos que han logrado alcanzar el denominado "sueño americano", proyectando reales e imaginarios cambio de estatus económicos que se reflejan acrisoladamente, en aquellos que se quedan en medio de sus desgarradoras situaciones de vida.
Es el denominado fenómeno del "espejismo social" que muchas veces, va acompañado de las precarias condiciones existenciales, y de la escasa movilidad social existentes en la mayoría de nuestros países.
Núcleos poblacionales importantes, incluidos a profesionales y técnicos calificados de los países depauperados, hoy son absorbidos por las naciones desarrolladas en un proceso de desarraigo que afecta a la intelligentsia de esos países pobres y marginales.
Los espacios profesionales son cada vez más reducidos en países, donde la captación laboral es muy restringida, y presenta brechas sociales extremadamente acuciantes.
Incorporar al mundo laboral a sociedades significativamente desigualitarias presenta desafíos históricos insalvables por los niveles de desestructuralización de esas naciones. Las brechas económicas son hondas, impidiendo satisfacer los reclamos de poblaciones enteras y marginalizadas.
Migraciones y democracia
Uno de los países migrante más sintomático es Honduras, con un presidente ilegítimo que ha sido cuestionado por todos los sectores civiles de esa nación.
José Orlando Hernández se ha mantenido en el poder en medio de generalizadas denuncias de fraude electoral y, además, rodeado de procesos penales que lo vinculan a poderosas redes de narcotraficantes internacionales.
Su hermano mayor está preso en Estados Unidos imputado de graves cargos de narcotráfico y lavado de dineros, y está a punto de ser condenado por tribunales que consideran que las imputaciones son evidentes y culposas.
Honduras es un país pequeño cuya viabilidad democrática presenta serias fisuras rasgadas además, por violaciones constantes a los derechos humanos.
Es un régimen político que se ha mantenido, sin embargo, con el apoyo soterrado de los Estados Unidos pese a sus gravosas violaciones de la ley.
Sus ciudadanos llanos, empobrecidos, y desarraigados, alegan que las persecuciones políticas acompañadas de las desigualdades económicas, son los elementos sociales que los llevan a emigrar hacia el Norte. Y esas aseveraciones son, en cierto grado, válidas.
La paradoja de esa situación es que todos emigran o pretenden emigrar hacía los Estados Unidos, que apoya a su régimen de fuerza, mientras rechaza con políticas migratorias inhumanas, a los migrantes económicos y políticos.
Por lo menos, eso fue hasta la culminación del periodo gubernamental de Donald Trump. No sabemos en qué medida el presidente estadounidense Joe Biden, variará su enfoque político hacía esos países de Latinoamérica comprometidos en graves violadores de los derechos humanos y que, además, han surgido sobre la base de fraudes electorales ostensibles, cerrando los espacios a la funcionalidad de una democracia plena y legítima
En Guatemala, otro de los países centroamericanos que presenta mayor número de migrantes, cuenta con un sistema democrático poco relevante, débil y marcado por serios desajustes estructurales, y enormes concentración de la riqueza en unos pocos. Sus instituciones democráticas configuran serias erosiones, a tal grado, que recientemente se produjeron masivas manifestaciones populares demandando transformaciones en su desigualitario régimen político y económico.
Fueron salvajemente reprimidas y decenas de estudiantes llegaron a la sede del Congreso guatemalteco intentando incendiarlo.
Como se puede apreciar, esas naciones son sociedades semi colapsadas, donde imperan regímenes de fuerza y semidemócraticos con el apoyo político de los Estados Unidos.
El Salvador presenta rasgos que la diferencian de sus socios centroamericanos, al exhibir un perfil democrático más estable, pero donde por igual, las desigualdades sociales, el crimen de pandillas y la delincuencia son factores emergentes en la vida diaria de los salvadoreños.
Hay que destacar que la geopolítica y los intereses de Estados Unidos ha figurado también, como un elemento giratorio en las masivas migraciones sociales desde Centroamérica.
Por lo menos, los mexicanos tienen el casi "salvoconducto" de su cercanía fronteriza con sus vecinos poderosos del Norte, pero en la misma llanura se observan enormes poblaciones indígenas, y a las cuales las desigualdades de un sistema económico no ha llegado para impedir su desarraigo social y ni tampoco, su paso a las fronteras estadounidenses buscando niveles más adecuados de subsistencia humana.
Son sociedades divididas dentro de sí mismas, con diversos niveles de desigualdades y desarrollo, pero cuyos habitantes sufren los desajustes estructurales en sus propias vidas.
La marginalidad social es, sin lugar a dudas, uno de los elementos propiciadores de las masivas emigraciones humanas al Norte del Río Bravo, pero también lo son otros factores sociológicos y ambientales definidos por sociedades desarrolladas, a la vista de enormes cordones de miserias humanas, que no hallan los viaductos para integrarse a las sociedades en las que nacieron y crecieron.
Joe Biden y la reforma
El presidente estadounidense Joe Biden ya lo había prometido en su agenda política migratoria. El sueño de millones de indocumentados hoy está por resolverse.
En el día de ayer, el Congreso recibió en su mesa el proyecto de ley migratoria más ambicioso de las últimas décadas.
Con ello se sacaría a la luz a unos once millones de indocumentados que por años esperaron la llegada de este histórico sueño que, indudablemente, beneficiará a otros segmentos poblacionales de residentes irregulares en los Estados Unidos.
Entre ellos, figuran dominicanos que han visto estancadas sus peticiones de residencias a familiares cercanos, por las intemperancias regulatorias que impuso Donald Trump a los residentes legales y a sus familiares.
El Congreso necesita de una matrícula de 60 senadores para hacer viable la reforma. Los demócratas, proponentes de la pieza a instancias del Ejecutivo, cuentan con 50 más uno, que sería el voto coyuntural de la vicepresidenta, Kamalla Harris.
Es decir, para su aprobación definitiva harían falta diez o nueve votos de los republicanos, para convertir en ley la codiciada pieza legislativa.
Con unos republicanos siempre renuentes a esas clases de proyectos, se da por descontado que surgirán negociaciones interpartidiarias para su aprobación, en un escenario donde después de los acontecimientos políticos en el Capitolio, hoy hay algunos senadores (no muchos) más cerca de los demócratas que antaño; lo cual haría más viable el proyecto de ley migratorio en favor de su sanción definitiva.
De manera pues, que millones de indocumentados estarían a las puertas de adquirir, aunque sea en ocho años escalonados, sus deseadas tarjetas verdes.
Y con ello, se cerraría uno de los capítulos más vergonzosos de la vida de hispanoparlantes, residentes ilegales en la poderosa nación del Norte.
