Por Felipe Ciprián
Aunque parezca paradójico, quienes más necesitan una prensa libre, fuerte, acreditada y con fuerza moral para decir verdades, son quienes tienen los mayores intereses que defender, pero parecen ignorarlo porque con frecuencia les asestan golpes bajos.
Es un acto de masoquismo aunque quienes lo hacen lo ignoren y prefieran “victorias” ocasionales e inmediatas, desconociendo que cada vez que lo hacen, debilitan la credibilidad de la prensa.
Eso sucede cuando una plaza comercial o un banco es víctima de un asalto, ocurre allí un feminicidio o un acto cualquiera de naturaleza bochornosa. Personal del banco o de la plaza comienza a llamar a ejecutivos periodísticos y hasta a los propietarios del periódico para que “no se publique nada”.
Saben perfectamente que es una noticia de interés público, que el banco o la plaza nada tiene de culpable por el hecho, pero tienen la piel tan sensible que no quieren ver su nombre comercial asociado a un clima de inseguridad.
En otras palabras: lo grave no es que suceda un asalto o un crimen en su instalación, sino que un periódico o una televisora lo publique.
El colmo de ese comportamiento empresarial se observa cuando además de buscar silencio de los ejecutivos editoriales y de los propietarios de los diarios, los “afectados” recurren a los departamentos de publicidad y mercadeo para advertir que “si me publican eso, saco la publicidad de ese periódico”.
En todas partes del mundo, los diarios que se respetan publican y destacan todas las informaciones que son de interés público, las analizan, preparan reportajes para buscar ángulos nuevos para el entendimiento como una forma de dar un servicio público que acredita al medio y robustece la fidelidad de sus lectores.
Ese comportamiento ético debe ser el primer elemento a evaluar por una corporación comercial o una agencia publicitaria para decidir a qué periódico y televisora le otorga los mejores paquetes publicitarios porque la audiencia siempre será mayor en el medio que publica la verdad y el lector tenga la seguridad de que sus ejecutivos editoriales, administrativos y propietarios, nunca la van a censurar.
La trampa de quienes aquí creen que porque pagan publicidad tienen que recibir un servicio de autocensura a petición suya como ñapa, es que al día de hoy nada queda sin saberse y registrarse para la historia, por lo que los lectores y la audiencia en general no son tontos y saben cuándo un “favor” se hace en detrimento del servicio público de informar con veracidad.
Ahí nos pasa la cuenta a todos. Si el lector descubre que un diario puede prestarse a ocultar un crimen u otro acto delictivo por no “afectar” a un cliente comercial, comienza a desconfiar de la objetividad del medio.
Otro foco de asedio a la prensa libre proviene de funcionarios gubernamentales, del sistema judicial, electoral y legislativo.
Todos quieren que se publiquen sus declaraciones, pero que no se dé cobertura a las reacciones de personas que tienen cuestionamientos a su comportamiento, a sus faltas y a sus actos fuera de la ley o de sus atribuciones.
Si los dueños, los ejecutivos administrativos, de publicidad y editorial de los periódicos y televisoras ceden ante estos intentos de censura selectiva de comerciantes, banqueros y funcionarios, podemos prepararnos para tener una prensa sin moral y sin poder disuasorio contra las arbitrariedades más graves contra la libertad y el pleno ejercicio de los derechos democráticos.
Lo que ignoran quienes proceden de esa forma es que si menoscaban la credibilidad de la prensa, cuando sean objeto de un atropello de la autoridad o de algún grupo de presión, ¿a qué prensa creíble van a acudir para que los defienda? ¿Van a implorar a los periódicos y las televisoras que han adocenado?
El respeto a la prensa responsable, defensora de la libertad y guardiana de la libertad, beneficia a todos. Arruinar su independencia y su objetividad, es el primer paso para que vayan cayendo una a una, las demás libertades.
Publicar la verdad solo debe molestar a los mentirosos, sobre todo si esa verdad es de interés público y no representa un peligro para la soberanía del país o se constituye en un estímulo para afectar a grupos vulnerables por su condición de raza, procedencia o su fe.
Dejar de decir la verdad para repetir como papagayos la propaganda destinada a ocultarla, no puede considerarse una práctica admisible de un periódico o una televisora que respete a los lectores-audiencias y defienda su moral.
El día que toda la prensa dominicana coloque la verdad por encima de cualquier otra consideración a la hora de publicar sus informaciones, estaremos entrando a un nuevo país, y la impunidad –que parece que es el verdadero problema nacional– perderá un espacio formidable.
Con la verdad publicada como servicio público, nadie pierde. Ocultando la verdad para encubrir a un “cliente”, pierde la sociedad primero y después el cliente que en algún momento va a necesitar una voz firme que defienda sus derechos frente a un atropello.