Por Manuel Vólquez Como se esperaba, han causado irritaciones desmedidas en los cristianos evangélicos las prohibiciones dispuestas por l...
Por Manuel Vólquez
Como se esperaba, han causado irritaciones desmedidas en los cristianos evangélicos las prohibiciones dispuestas por la Oficina para el Reordenamiento del Transporte (Opret) de no promover actos religiosos y políticos en las instalaciones de Metro y el Teleférico de Santo Domingo.
Era de esperarse las protestas y el brote de opiniones encontradas. Algunas personas favorecen esa prohibición, mientras otros la rechazan. Eso es parte de nuestra democracia, pues el derecho a expresar las ideas está amparado en la Constitución de la República.
Pienso que la medida es necesaria. Lo cierto es que se trata de un tema complejo. Tenemos libertad de cultos, pero el Metro y el Teleférico son escenarios muy delicados para actos religiosos y políticos.
Allí concurren en una plataforma vial estrecha miles de usuarios que tienen diferentes formas de pensar. No es el escenario indicado para predicar. Para eso están los hospitales, los parques, las terminales de autobuses, las playas, las calles y otros lugares, donde existe la máxima concurrencia de personas.
Estos sistemas de transporte, hay que protegerlos y velar porque impere el orden. La tranquilidad del ciudadano está por encima de los intereses religiosos o políticos. Es un asunto de seguridad nacional. Esa es la razón de la prohibición de esas actividades.
Si desean predicar o desarrollar actos religiosos o políticos, háganlo en las afueras de las estaciones y en un espacio que no estorben a los ciudadanos.
Esas prohibiciones no deben verse como una vulneración a los derechos humanos ni como un atentado a la religión o al proselitismo. Esos derechos están garantizados.
Los sermones de la palabra divina van dirigidos a las personas angustiadas y turbadas que creen poder salvar su vida a través de un mensaje bíblico.
Los feligreses rondan las calles buscando a quién conquistar para llevarlos a las iglesias. Los que creen en la existencia de Dios y de que Jesucristo volverá de la tumba, son las principales víctimas y muchas de esas estas, acongojadas por los problemas económicos y sociales, frecuentan las estaciones del Metro y el Teleférico. Por eso se insiste en que se levanten las prohibiciones.
Los gobiernos a veces son obligados a tomar decisiones que pudieran interpretarse groseras y anti populares. En el año 2017, el gobierno de Rusia prohibió la actividad a los Testigos de Jehová, luego de declararlos una organización extremista. (Ver publicación de BBC Mundo, 21 de abril de 2017).
La decisión, repudiable para unos o aceptable para otros, se ejecutó a solicitud de la Corte Suprema del país que consideraba a la secta religiosa "una amenaza para los derechos de los ciudadanos, el orden social y la seguridad pública".
Los Testigos de Jehová, que son personas entrenadas y muy educadas, acostumbran diseminar las peroratas tocando puertas en cada hogar, pero los últimos años han reforzado su dinámica de trabajo incorporando una nueva estrategia que consiste en distribuir revistas, folletos y otras propagandas en el Metro, un método que ha dado buenos resultados en varias ciudades de Estados Unidos y Reino Unido, donde funcionan leyes y criterios distintos a la República Dominicana.
Se trata de una poderosa organización con métodos y filosofías distintos a las demás sectas religiosas, pues no comparte preceptos de otras corrientes no ortodoxas del cristianismo y basa sus creencias en una versión propia de la Biblia. Entre otras cuestiones, no creen en la divinidad de Cristo, lo que provoca el rechazo de otras confesiones cristianas, y sus miembros no pueden someterse a transfusiones de sangre.
Una táctica que en principio parece opuesta a la que el grupo ejerce casa por casa es situar a los voluntarios en las aceras o parqueos de las estaciones de tren, centros comerciales y otros espacios concurridos, y pasan la mayor parte del día sonriendo, sin decir gran cosa, esperando a que sean los interesados los que se acerquen, sin hacerles parar.
La primera urbe en la que pusieron en marcha la nueva estrategia fue Nueva York, hace tres años. Y ahora en Reino Unido, Inglaterra, la están desarrollando en 14 ciudades.
Observen que los políticos no han protestado por la prohibición. Son más sensatos y conscientes. Los cristianos evangélicos (perdonen si soy muy radical) se creen intocables, el Non Plus Ultra de la sociedad, lo máximo, la cosa que ha alcanzado la más alta perfección, que hay que permitirles de todo y soportar sus discursos. Y no es así.