Mi Vent ana Óptica Por Alejandro Almánzar Leyendo reportajes, sobre el auge del incesto en República Dominicana, publicado en el List...
Mi Ventana Óptica
Por Alejandro Almánzar
Leyendo reportajes, sobre el auge del incesto en República Dominicana, publicado en el Listín Diario, por la periodista, Marta Quéliz, es fácil colegir, que el paso del tiempo ha borrado todo lo que significaba valores y principios.
Aunque haciendo ejercicio de la memoria, descubrimos no es nada nuevo, ni quizás sea que estén en aumento estos despreciables hechos, si no, que hoy, el ciudadano tiene vías por donde denunciar esas aberraciones.
En mi accidentada niñez, conocí sobre un ciudadano, por los predios donde vivíamos, quien tenía una especie de colonia, compuesta por sus mujeres, que eran, nada más y nada menos, que sus hijas, hermanas de sus esposas y allegadas.
Aun a mi corta edad, me repugnaba la historia, como si del Más Allá, viniéramos con valores inculcados, esto para quienes “reniegan de la Reencarnación”. Muchos que viven esas desgracias, prefieren tragárselas, y sufrir la vergüenza a solas.
Ocasionalmente, esposas se separan de estos delincuentes que les violan y embarazan a sus hijas, y ahí queda todo, pero viviendo por siempre con ese dolor. Otras deciden quedarse juntas al violador, para evitar el escarnio público.
Los nacidos del incesto, son declarados hijos del matrimonio, alegando que la niña salió embarazada de un desconocido. Conocí de esa experiencia, y la joven terminó suicidándose, porque no soportó convivir con el violador, padre y abuelo de su hijo.
Después de su muerte, la pareja se separó, pero el desconcierto les acompañó para toda una vida, lo que no es tan fácil de superar. El incesto y feminicidios deben ser los casos que generan mayor dolor en la población, porque cuando suceden, no los sufre una sola parte, si no, las familias envueltas.
Es que no resulta sencillo para un hermano, que ve a su padre como quien le desgració la vida de su hermana, y por ende, a la familia entera. Pero nadie tiene idea, de los sentimientos que se apoderan del que sabe, su hija fue abusada por el abuelo o un familiar cercano.
Quienes pasan por semejante prueba, regularmente sienten desprecio por la vida, rechazan a los humanos, y ni hablar, del muchacho, al enterarse que su progenitor está preso, porque mató a su madre. ¿Habrá terapias que cierren esas heridas?
Sobre todo, en una sociedad, donde el morbo divierte mentes asquerosas, generadoras de burlas y cuestionamientos impúdicos, tocando fibras sensibles de los afectados. Un Estado anacrónico, que respondiendo a intereses religiosos, no educa sexualmente, para mitigar los efectos causados por estas lacras.
Es desconcertante, el rumbo que vive la familia actualmente, hogares dispersos, jóvenes en drogas, la descomposición social y moral en auge, todo esto tiende un manto negro sobre el porvenir de un pueblo que merece mejor suerte.
Quien viola su hija, debe arrastrar un tenebroso pasado, si no es fruto del abuso de drogas y alcohol, que produce a estos desadaptados sociales, capaces de matar a la mujer que amaron, e incapaces de entender el daño sicológico que provocan a los suyos.
Hogares violentos, donde predominan maltratos físicos y sicológicos. Somos producto de generaciones, que provienen de la fuente de la dictadura, gente con limitada capacidad reflexiva, pues tanto el incesto, como los feminicidios, son parte de esa violencia heredada, en que los hijos por miedo, aceptan todo.
Twitter, @alexalma09