Por Javier Fuentes
Juan Pablo
Duarte, el padre fundador de la República Dominicana, es la figura central en
la historia nacional por su liderazgo en la independencia del país frente a
Haití en 1844.
Sin embargo, su
vida estuvo marcada no solo por triunfos patrióticos, sino también por momentos
de profunda tristeza, temores y desilusiones.
Entre estos
episodios se encuentra su exilio, su relación con la selva amazónica y, quizás,
su percepción crítica hacia figuras emblemáticas como Simón Bolívar, cuyo
legado pudo haber influido en la manera en que Duarte concibió su papel como
líder.
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Lic. Javier Fuentes |
Temores: La
amenaza a la Soberanía Nacional
Uno de los
mayores temores de Duarte fue la posibilidad de que la independencia lograda
fuese efímera.
Desde el inicio
de su lucha, comprendió que la consolidación de una nación soberana no solo
dependía de vencer a los opresores externos, sino también de superar las
divisiones internas y la corrupción.
Ese temor se
acentuó al ver cómo las élites hatera, comerciantes y políticas se inclinaban
hacia la anexión con potencias extranjeras, especialmente con España, Estados
Unidos y la misma Francia, en busca de estabilidad económica y protección
militar.
Duarte un
idealista que soñaba con una República democrática basada en la justicia y la
igualdad.
Sin embargo, la
realidad política del momento, caracterizada por traiciones y ambiciones
personales, lo enfrentó a un entorno hostil.
Esto generó en él
una profunda preocupación por el futuro del proyecto independentista.
Desilusiones:
Traiciones y conflictos internos
La independencia
dominicana no significó el fin de los conflictos.
Duarte y los
miembros de La Trinitaria enfrentaron oposición no solo de fuerzas externas,
sino también de sectores internos que favorecían la anexión a España o Haití.
Su ideal de una
República Dominicana libre y soberana chocó con los intereses siniestros de
Tomás Bobadilla y el caudillo Pedro Santana, quien eventualmente tomó el poder
y exilió a Duarte.
Estas traiciones
por parte de quienes él esperaba que compartieran su visión fueron
devastadoras. Duarte expresó en varias cartas su frustración al ver cómo la
ambición y el egoísmo socavaban los cimientos de la nación que había soñado.
La República que
deseaba, basada en principios éticos, parecía cada vez más distante.
Frustración: El
peso del exilio
Duarte fue
exiliado en repetidas ocasiones, un castigo que lo alejó del país que tanto
amaba.
El exilio más
notable ocurrió en 1844, poco después de la proclamación de la independencia.
Viajó por Venezuela, Europa y otras regiones de América Latina, siempre
preocupado por los acontecimientos en su patria.
Durante este
tiempo, vivió en condiciones económicas precarias, lo que intensificó su
sentimiento de impotencia y frustración.
El hecho de no
poder contribuir directamente al desarrollo de la nación lo afectó
profundamente. En lugar de ser recordado como un héroe en su tiempo, muchos lo
vieron como un obstáculo para los intereses de los poderosos.
Duarte y Bolívar:
Lecciones de un destino compartido
Durante su exilio
en Venezuela y otros países sudamericanos, Duarte estuvo en contacto con las
ideas y los ecos de la obra de Simón Bolívar, “El Libertador”.
Aunque Bolívar
fue una inspiración para la lucha independentista continental, es posible que
Duarte viera en él un modelo que prefería no replicar.
Simón Bolívar,
pese a su idealismo, gobernó con poderes dictatoriales en varias ocasiones, lo
que generó divisiones internas y críticas en los territorios que liberó.
Duarte,
profundamente comprometido con los principios republicanos y democráticos, pudo
haber temido que una excesiva centralización del poder, como ocurrió con
Bolívar, comprometiera la estabilidad de la República Dominicana.
Asimismo, Duarte
probablemente comprendió los peligros del culto a la personalidad que rodeó a
Bolívar, una figura idolatrada en vida y después de su muerte.
Duarte, en
cambio, trabajó desde las sombras y evitó el protagonismo, prefiriendo
construir instituciones sólidas antes que un liderazgo basado en su figura
personal.
Tal es así que
basta leer su proyecto de Constitución.
En este sentido,
el destino de Bolívar y Duarte guarda paralelismos y contrastes significativos:
Ambos murieron en el exilio, lejos de las tierras que tanto amaron, pero
mientras Bolívar buscó consolidar su liderazgo como una figura indispensable,
Duarte aspiró a crear una nación donde los principios éticos y democráticos
fueran más importantes que el individuo.
Un retiro en la
selva amazónica
Uno de los
episodios más llamativos de su vida en el exilio fue su paso por la selva
amazónica. Este retiro no fue voluntario, sino resultado de las circunstancias.
Duarte se refugió en lugares remotos, escapando de la persecución política y
buscando una forma de reconectar con su espíritu.
La inmensidad y
el aislamiento de la selva le ofrecieron un espacio para la introspección y la
contemplación, pero también reflejaron su estado de abandono.
En estos parajes
inhóspitos, Duarte enfrentó no solo los desafíos del entorno natural, sino
también los de su lucha interna. La selva se convirtió en un símbolo de su
aislamiento tanto físico como emocional, un lugar donde el peso de sus
frustraciones y desilusiones se volvió aún más evidente.
Legado: El
sacrificio incomprendido
Juan Pablo Duarte
murió en Caracas en 1876, lejos de la tierra por la que tanto luchó. Su vida
fue un testimonio del sacrificio personal en nombre de un ideal que, en su
tiempo, no fue plenamente comprendido ni valorado.
Su retiro en la
selva amazónica y su paralelo con la figura de Bolívar simbolizan la soledad de
aquellos que, adelantados a su tiempo, son incapaces de ver realizados sus
sueños en vida.
Reflexión final
La vida de Juan
Pablo Duarte es un ejemplo de cómo el idealismo y la pasión por la libertad
pueden chocar con la realidad política y humana.
Su paso por la
selva amazónica y su percepción crítica de Bolívar nos invitan a reflexionar
sobre los sacrificios necesarios para construir una nación.
Duarte no solo
nos dejó un legado de independencia, sino también una lección sobre la
resiliencia, el rechazo al protagonismo y la importancia de mantener vivos los
ideales, incluso en las circunstancias más adversas.